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La subjetividad en tiempos de pandemia

 

 

Para esto tendremos que ponernos a pensar en lo que significan estos términos.

Subjetividad, aquello que nos define quiénes somos, de dónde venimos, qué nos gusta, que queremos, nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestra propia historia. Todo lo que implican nuestras referencias. En definitiva, como se dice; yo y mis circunstancias

 

¿Y qué es la pandemia? En principio, un tsunami. Aquello que lo arrasa todo, que no deja nada en pie. Donde lo conocido se vuelve desconocido y nos encontramos perdidos. Hay una nueva realidad con la que no sabemos muy bien cómo manejarnos.

 

Por eso he elegido esta temática porque estamos hablando de un cierre y me parece que una no puede cerrar una actividad si no ha podido pensar que ocurrió en esta en este recorrido. Y lo que ocurrió, lo que nos ocurrió a todos nos obliga a pensar que hay que poner palabras a lo traumático.

 

Frente a la situación que hemos vivido este año, incluso el comienzo de curso parece lejano, otra realidad.

 

Actualmente vivimos en una sociedad en la cual estamos rodeados de imágenes y las imágenes cada vez son más preponderantes, todo se comunica por imágenes. Tenemos redes sociales en las que se muestra muchas veces una vida de lo más feliz, aquello que nos hace felices. Incluso, hay todo un debate ahora mismo por si lo que aparece en las redes es real o no. Fakes news, por ejemplo.

 

Tenemos entonces una imagen que muchas veces atrapa y otras veces es engañosa.  ¿Cómo se puede distinguir lo que es engañoso de lo que no lo es? ¿Cómo puedo distinguir entre la ilusión y lo que no? ¿Qué es lo real?, ¿qué es lo importante? Yo agregaría ¿para quién?

 

Y por eso he venido a traerle hoy la propuesta de pensar la palabra como medio para afrontar estas dificultades.  Es lo simbólico, es la palabra la que permite encontrar las referencias. El poder hallar un cambio de mirada. Todo significa algo según como lo recorte, según la significación que se le dé. Por ejemplo, alguien que tenga un ceño fruncido, si no me lo explica en palabras, puedo pensar que está enojado o corto de vista….

 

Según cómo uno lo piense, según cómo lo relate, puede ver una cosa u otra.

 

En definitiva, es la palabra la que dirige la mirada, no al revés, es la concepción del mundo que cada uno se forma lo que puede hacer de éste amenazante o prometedor.

 

El COVID-19 nos ha dejado muy tocado el mundo en el modo en que lo conocíamos. Aparecen nuevos elementos a los que debemos tener cuidado, un enemigo que encima de peligroso, es invisible y no se puede apreciar por el olfato o por el tacto. No hay modo de aprehenderlo.

 

Frente a esta situación de emergencia puede haber varias formas de tomarlo, de recortar la situación. Las dos más extremas son, aquella que considera este virus una catástrofe y paraliza, con lo cual lo que vemos es una repuesta de un aislamiento en una burbuja donde por miedo no me relaciono ni quiero saber nada hasta que todo vuelva a ser como antes…

 

La segunda, tampoco quiere saber nada, pero hace como que no va con él/ella. Y entonces niega que sea grave y que pueda realmente pasar algo. No pasa nada, es una gripe y yo no me voy a enfermar…

 

Dos modos de estar en un mundo aparte, el cuidado y el descuido en exceso.  Y como sabemos todos, todo exceso es malo.

 

¿Cómo podemos encontrar una salida sin que caigamos en estos estereotipos?

 

Es poder registrar, aunque duela, aunque sea difícil de aceptar, aunque no me guste, que no puedo con todo. Que hay cosas que no puedo controlar y que hay un riesgo. Que de golpe y porrazo nos hemos dado cuenta que somos vulnerables. Bueno, seguro que esto alguno ya lo sabía. Me refiero a que hay momentos en la vida de una persona en que se encuentra vulnerable pero es pasajero o puntual.

 

En el comienzo de nuestra vida nos hemos sentido así, de bebés, de pequeños. Pero las seguridades que no teníamos nosotros nos la aportaba el entorno o los referentes de nuestro cuidado. Es lo que la pandemia se llevó por delante. Se llevó las ilusiones que habíamos creado, las que dicen que si algo se repite es seguro y constante hasta que uno se cree que siempre estará allí.

 

A no desesperar, la incertidumbre es propia del ser humano, no hay certezas, cada uno las construye a lo largo de su historia personal, por eso, esas certezas que teníamos, se han caído.

 

Por lo tanto, el trabajo que hay que hacer para poder encaminarnos otra vez es un trabajo de duelo. Sé que la palabra no gusta porque refleja algo de lo doloroso, de lo perdido. Pero lo importante es reconocerlo justamente como un trabajo. Un trabajo que debemos hacer todos.

 

Por qué recalco esto. Porque no se trata de padecer hasta que se pase, de que el tiempo lo cura y de que ya a lo pasado pisado. Trabajo implica que uno debe ser activo para poder reconstruir. Para levantar los trozos, para ver qué se salvó de lo que había y qué es necesario dejar ir.

 

En nuestro tiempo no estamos entrenados para ello. Nuestros abuelos tal vez. Pero hoy, apenas hemos visto lo que se ha perdido hay como una imposición del afuera que enseguida nos mete en carrera. Venga, espabila, hay que seguir. Distraerse, no pensar. Meterse en mil actividades, estar un poco hiperactivo.

 

Hay que darse tiempo para pensar qué es lo que echamos de menos, cuán importante fue para nosotros eso que se fue, que puede ser una persona, una cosa, una seguridad, un puesto de trabajo, una forma de relación. Eso que nos permitía sentirnos únicos en esa relación. Algo que nos definía. Y tiene que haber un tiempo de despedida para que deje lugar a otra cosa.

 

Este tiempo de despedida en muchos casos con personas fallecidas en estas condiciones no ha sido posible y lleva a consecuencias terribles, porque aquello que en otros momentos podía ser más llevadero y en forma contenida por los demás esta vez ha resultado traumático y hasta patológico.

 

Lo que quería nombrar no eran sólo estos duelos que todos entendemos que son terribles sino aquellos que están silenciados, detenidos o desautorizados.

 

¿Por qué desautorizados? Porque frente a lo dramático de las pérdidas humanas pareciera que otras pérdidas que suceden no tienen la misma categoría de duelo. Aquellas que son sujetas a una minimización, que no se consideran tan importantes, la pérdida de autonomía, por ejemplo, los cambios de forma de trabajar, la forma de relación que ahora debemos tener, a distancia y con mascarillas, sin el abrazo, sin el contacto. Penar las seguridades que ya no tenemos y las garantías que no les podemos pedir a nadie.

 

Penar, pero para construir nuevas ilusiones, nuevas seguridades, como dijimos, esta nueva creación del mundo es necesaria para cada uno, pero no es necesario que lo hagamos solos. En su momento tuvimos ayuda de otros que nos decían qué hacer, qué estaba bien, qué no. Hoy somos nosotros con los nuestros, con compañeros, con los vínculos, mediante el compartir la palabra, los miedos, proyectos, ganas y dificultades, como grupo, podemos salir adelante. Ya que si uno esconde lo que teme o lo que no quiere ver al final el afecto se queda libre y la angustia o el padecer igual se sienten, aunque ya no sepamos de donde viene. Por eso, aunque sea difícil es mejor definir donde está el problema o la angustia así no se extienda a todo lo demás. Como dije antes, al malestar hay que dejarle un sitio, como el trastero de casa, donde uno pone más o menos ordenado, más o menos desordenado lo que no quiero tener delante. No es que lo esconda, le doy un lugar, porque si hago como que no existe me tropiezo con él todo el rato e igualmente molesta.  

 

Hoy triunfa como dijimos la competitividad, la eficiencia, el éxito y como en una sociedad a la carta, como en la tele, lo que no me gusta, ni aparece… o es lo que gustaría.

 

Toda crisis es una oportunidad, y la actual, más allá de su dimensión, que nos costará un poco más que otras, no significa que no pueda ser una oportunidad de elegir cosas nuevas. No hay grandes cambios que no se hagan frente a un sacudón de las estructuras. Si los conflictos son pequeños, te vas adaptando, vas cogiendo formas, te modificas, y aguantas.

 

En cambio, hoy hay cosas que repensar. No todo funcionará con la “nueva normalidad”, habrá que pensar de qué herramientas hoy por hoy nos ayudan a sostener la angustia ante la incertidumbre mientras construimos nuevas seguridades hasta que la normalidad deje de ser nueva.

 

Como dije muchas veces nos ponemos retos, y estoy segura de que ustedes, con el trabajo que han elegido, seguro que tienen muchos y no se asustan de ellos. Pero hay que tener cuidado.

 

Como cuando adolescentes, o uno se comía el mundo o no salía de casa, es necesario hoy por hoy tener un cierto respeto para comernos el mundo, pero de a bocados más pequeños, no nos corre nadie.

 

Ahora no hay que salir corriendo a tener metas y objetivos que cumplir y esforzarnos en ello al máximo para tener éxito y con ello estar seguros otra vez. Ustedes sabrán desde su profesión que los 5 pasos que puedan dar dos niños pueden tener el mismo nivel de esfuerzo, pero muchas veces no llegan al mismo sitio. ¿qué pasó? No partieron del mismo lugar.

 

Entonces para tener metas primero y lo más importante no es tener clarísima la meta sino saber desde donde partimos. Y entonces si nos respetamos y escuchamos nuestra emoción nos permitirá saber desde dentro algo que nadie nos puede decir desde fuera, algo que nadie sabe.  Hay que mirarse al espejo y tal vez es necesario que otro lo sostenga, en esto la tarea de los psicólogos es fundamental.

 

Lo importante a tener en cuenta es que para construirse un futuro primero uno tiene que ser aprendiz de historiador y construirse un pasado, y reescribir la historia, ya que, como la conocíamos ya no es. Y esta historia puede ser la personal pero también la colectiva, cómo nos sentimos ahora, cómo es nuestra nueva relación en el trabajo, con la gente, con la falta, con la dificultad. Y en ese intercambio puede ser que nos sorprendamos que hay otros que sienten igual o tal vez otros que puedan prestar palabras a eso que no logro describir.

 

Finalmente, teniendo alguna orientación, y no digo punto fijo, ni meta, orientación hacia donde queremos dirigir el rumbo, es necesario tener en cuenta las dificultades del camino. Que por más de que me haya trazado todo un recorrido a veces no es posible porque se presentan dificultades.

 

Como idea final quiero compartir como pienso el recorrido de una persona. Habitualmente se utiliza la metáfora del camino para llegar a algún sitio, con piedras y obstáculos y sillas para descansar. Yo prefiero pensarlo ayudada del mar, como una navegación. Navegamos hacia distintos destinos, aunque no lleguemos a divisarlos. En el mar hay variadas condiciones, mar en calma, viento, tormentas, sol, tsunamis. Si uno estuviera en el barco podría desear un buen tiempo, un mar en calma o un viento a favor, pero desearlo no es obtenerlo. Y al no tener lo que querríamos no nos podemos enojar con mar, sólo se debe respetarlo y entender las condiciones. Entonces, y sólo entonces es posible capear las tormentas. Y allí es que cada uno elige o atravesar la tormenta de lleno y poner a prueba su osadía y sus fuerzas o simplemente cambiar de rumbo para evitar lo que no tengo ganas de enfrentar.

 

En cada elección hay algo que ganar y algo que perder. En el primero se puede ganar orgullo, pero se pierden fuerzas y partes del barco, en la segunda se pierde tiempo y se gana tranquilidad.  Cada uno elige ganar lo que necesite y perder lo que menos le cueste en este mar particular.

 

No hay algo bueno ni malo, ni mejor ni peor. Lo más importante es poder elegir algo que los deje tranquilos de espíritu, pero para esto cada uno tiene que batallar sus propias tormentas.

 

Como dice el poeta: Caminante no hay camino, se hace camino al andar.

 

                                    Caminante no hay camino, solo estelas en la mar.

 


LA DIFICIL ADOLESCENCIA

 

Siempre se ha dicho que la adolescencia es conflictiva, la misma palabra nos lleva a pensar en el adolecer, en que se sufre. Esta etapa resulta conflictiva tanto para los mismos adolescentes como para sus familiares cercanos, sobre todo para los padres.

Se producen en ella duelos que tienen que ver con distintas pérdidas ligadas a lo infantil. Esto provoca crisis que cada uno resuelve más temprano o más tarde en forma singular.

Entre los duelos podemos encontrar el que se realiza por el cuerpo de la infancia. Las transformaciones corporales tienen una fuerte repercusión psíquica. Se viven como invasoras, incontrolables. Esta sensación puede causar angustia y puede llevar a confusiones. Según se encuentre a gusto con el cambio puede sentirse con una autoestima elevada o por el contrario con sentimientos de incomodidad y timidez.

Otro duelo que se produce tiene que ver con su yo, con su identidad. Hasta ahora  sabía que se esperaba de él y sabía quién era pero en esta etapa el mismo adolescente se desconoce a sí mismo, tiene otras relaciones, otros intereses, no es un niño pero tampoco un adulto.

Por último también realizan un duelo por la pérdida de la relación infantil con los padres. Los padres en la niñez representaban seguridad, poder, sentían que tenían la verdad de muchas cosas. En la adolescencia esto entra en crisis, se comienzan a percibir las fallas y errores, los límites de los padres. Estos comienzan a ser evaluados, criticados y se producen fuertes choques en algunos casos.

Por lo tanto la adolescencia no sólo afecta a los hijos sino también a los padres, a sus conflictos no resueltos, a sus frustraciones. Los padres deben aceptar el paso del tiempo, su propio envejecimiento, el enfrentarse a nuevos valores e interpretaciones de la vida de hoy y a revisar los propios valores y esto no es para nada fácil.

Vemos entonces que los cambios no sólo afectan a los jóvenes sino también a sus padres, esta etapa es difícil para todos. Muchos padres pueden tener el sentimiento de no saber qué hacer, de que se les está yendo de las manos y que no pueden controlar más la situación. Encontramos que algunos padres intentan prolongar esa niñez de estos hijos porque sabían como manejarlos. Algo cierto es que, si los adolescentes son tratados como niños, tenderán a prolongar su dependencia e inseguridad, su persistencia en conductas infantiles y esto no les permite aprender a hacerse cargo de sí mismos y de su propia vida.

 

Como padres es difícil dejarlos ir, dejar que vuelen solos y no estar ahí para anticiparles el peligro que puedan correr. Los padres se pre-ocupan, se anticipan. Este es el momento en que los jóvenes tienen que aprender, de a poco a ocuparse ellos mismos, de este modo es que aprenden a andar por el mundo sobre sus propios pies, y que sus decisiones tienen consecuencias que tienen que asumir. Podrán hacerlo en la medida que esos otros significativos, entre ellos los padres, confíen en que puede hacerlo y seguir adelante. La tarea no es fácil, se trata de ayudarlos a caminar pero ya no en lo que como padre se espera de ellos sino en acompañarlos en la búsqueda de lo que ellos mismos quieren hacer de sus vidas.


LOS PADRES TAMBIEN NECESITAN AYUDA…

 

Cuando hay hijos con alguna dificultad, los padres, muchas veces, realizan todo tipo de movimientos para poder ayudarles: refuerzo escolar, atención médica y/o psiquiátrica, logopedia o psicológica.

Estas últimas generan en los padres la angustia de verse y sentirse observados, a menudo se ven puestos en evidencia, de algo que hicieron mal pero aún no saben qué; sienten señalados y puestos en falta ante una falla o equivocación cometida en la educación de estos hijos.

Es una situación difícil que se desencadena en algunos casos desde la institución escolar, cuando la escuela señala que algo no funciona con este chico/a.

Esto no es fácil de soportar para nadie, más allá de las mil y una veces que hemos escuchado “el ser padres es una tarea que se aprende, nadie nace sabiendo”, esta frase muchas veces no nos convence.

Los padres que se acercan a un profesional para consultar qué le pasa a su hijo pueden llegar a ubicarse en dos posiciones extremas: una, la de que el problema es de mi hijo y yo no tengo nada que ver; la otra, la de los padres que sienten que han fallado en algo y que esto se les escapa de las manos con desesperación.

Ninguna de las dos posturas extremas se atraviesa sin angustia.

Comencemos por aclarar que siendo padres siempre lo que esté pasando con un hijo toca de cerca, y esto se nota más claramente cuando hay una dificultad ligada a la adolescencia de un/a hijo/a.

El adolescente crece y con ello se vuelve más independiente pero a la vez quiere quedarse en esa infancia cuidada por los padres de la infancia que se enfrentaban a los problemas por él; padres fuertes, que lo podían todo, visto de la mirada de un niño. Pero el adolescente descubre a unos nuevos padres que no tienen todas las respuestas, que a veces no dicen lo que les gustaría escuchar y que muchas veces no siente que lo escuchan, en otras palabras, ya no son los padres ideales que conoció.

Este descubrir no sólo implica encontrar algo nuevo por parte del adolescente sino también el sentido que le otorgan los padres frente al problema de sentirse des-cubiertos, ya sea que nadie los cubre, nadie los arropa como también en el sentimiento de sentirse en falta.

Uno de los puntos más importantes en el tratamiento de un problema de un hijo es poder llegar al momento en que, como padre, uno reconozca que no puede llegar a todo, que no sabe y que necesita ayuda. Ayuda para soportar la angustia de esperar que este hijo, ya no sólo hablamos de adolescentes, pase por su proceso de poner palabras a lo que le esté pasando. Por supuesto esta espera a veces desespera.

Es necesario que los padres sepan que más allá de no tener respuesta inmediata de lo que le pasa a su hijo/a pueden tener un espacio con un profesional, sea individualmente o en grupo, que les permita pensar qué les está pasando a ellos mismos con ese problema y cómo poder acompañar a su hijo.

Sólo unas palabras para aliviarlos:

 

Es posible no sentirse tan solos, sólo se necesita pedir ayuda.